Foto: Susana Del Castillo Facho.
Esta entrevista fue publicada originalmente en la revista Caretas, ingresa aquí para verla .
Soltando lo tuyo. El rap emocional en el Callao, una de las últimas publicaciones del Fondo Editorial de la Universidad del Pacífico, fue presentada en la FIL 2020. Este pionero aporte, desde las ciencias sociales, tiene como autores a Liuba Kogan, profesora principal e investigadora de la misma universidad, en colaboración con Franco Salazar y Diana Orihuela. Los científicos sociales trabajaron analizando la propuesta de un grupo de jóvenes raperos chalacos. La gestión de las emociones, en relación con el espacio privado y público, a través de las letras, es el tema tratado por este estudio académico.
Liuba Kogan, doctora en Antropología por la PUCP, cuenta con treinta años dedicados a reconocidas investigaciones sobre género, cuerpo y discriminación. Ella conversó con CARETAS por videollamada para contarnos sobre este, su última contribución enfocada en la juventud urbana.
Entre la recopilación de canciones y las entrevistas, ¿cuánto tiempo tomó realizar este trabajo?
La investigación nos tomó dos años, entre estas idas y venidas. No solo es el tiempo en el que uno recopila la información, sino también todo el proceso. Fue un trabajo largo, un poco de hormiga. Primero la búsqueda, la escucha y luego la transcripción. Finalmente, el trabajo de encontrar la hipótesis. Teníamos una intuición de que había algo interesante ahí, pero tuvimos varias hipótesis en mente. Primero, nos interesó estudiar la violencia y los papeles de algunos personajes, pero en el camino encontramos estas canciones que nos parecieron atípicas y relacionadas con la vulnerabilidad masculina, en un contexto donde el rap muestra estas masculinidades invulnerables, fuertes, contestatarias.
Esas formas de mostrarse como hombre invulnerable son comunes al género.
Sí, en el rap gangsta y aquí también. En el Callao, como dicen los entrevistados, se trata de un rap incluso más crudo que el de otros distritos limeños. Nos llamó la atención estas canciones que salían de ese molde.
El rap es generalmente asociado a la protesta política, pero lo que ustedes descubren es que, a través de estas letras, se puede dar una lectura emocional del barrio, en este caso, del Callao.
Lo que nos llamó la atención en estas canciones es que enfatizan temas que tienen que ver con la experiencia de vida. El barrio hace alusión a emociones bastante relacionadas a las familias, a la vida cotidiana. En este equilibrio entre la calle y la familia, el rapero tiene que tomar decisiones y estas se le presentan como dilemas morales, entre el bien y el mal. Como resultado de esta necesidad de tomar decisiones morales, es que aparecen sentimientos de desesperanza, soledad y arrepentimiento. Esto es lo que nos interesó: más allá de lo usual que es la crítica al sistema, la protesta contra la violencia y la pobreza, que son, evidentemente, emociones que derivan de las condiciones de vida y del intento para que esto cambie. Nos encontramos con estas otras vivencias y las hemos visto como dilemas morales, como enfrentarse a situaciones que convocan a una necesidad de toma de decisiones y de allí aparecen estos otros sentimientos que llaman a acciones que desembocan en emociones que, además, comparten con sus pares, que son las audiencias.
En la escena estadounidense la cuestión racial es tratada profusamente. ¿Durante su investigación no saltó a la vista en los chalacos este tema tan característico del género?
En las canciones que trabajamos no aparecía el tema racial. En las otras canciones, en la muestra más grande, sí aparecía el tema racial, sobre todo étnico, reivindicativo de la “raza peruana”. Hay grupos que tienen esta reivindicación étnica de la subalternidad andina latinoamericana y no pasa por esta violencia de tradición política como la norteamericana. Había canciones que incluían textos en quechua, pero en las canciones que nosotros analizamos, no aparecía una reivindicación racial o alusiones a temas raciales.
En términos globales, en el rap se habla “desde abajo”, pero hay formas y formas. La precariedad que se puede ver en Los Ángeles o en Nueva York no es la misma que la del Callao.
Las formas de violencia están aterrizadas en las culturas particulares. La violencia no es abstracta, sino que está aterrizada en culturas, en subculturas. No podemos decir que no exista violencia. Hay jóvenes sicarios, hay un gráfico que ponemos en el libro de la comparación de la cantidad de homicidios que hay en el Callao y otras zonas. También se ve a la mujer como prostituta o como Virgen María. Muchas de las canciones critican el consumo de cocaína, pero aceptan el consumo de marihuana. Son otras formas en las que la cultura negra norteamericana es totalmente diferente a la cultura de nuestros raperos.
Los raperos chalacos se imaginan diferentes de los ejecutores de géneros comerciales: el reguetón y el trap. Ustedes comentan que también hay rap comercial que no deja de ser auténtico. ¿Quizá alguna iniciativa del Estado vendría a facilitar este tipo de vínculos para relativizar ese imaginario?
Hay un tema de autenticidad que se valora mucho. Es decir, lo que ellos sienten como algo importante es poder dar cuenta de sus emociones, de la vivencia del barrio y esto lo ven como el valor que ellos transmiten y, digamos, reniegan de ese rap comercial que habla de cuestiones que ellos consideran superficiales. Los raperos chalacos quisieran tener apoyo para grabar en mejores condiciones, porque lo hacen precariamente. No sabemos qué pasaría si es que tienen mucho más apoyo.
Las batallas de gallos son un apoyo comercial, ¿pero los raperos chalacos encuentran ahí a su público?
Encuentran a su público, básicamente, a través de YouTube. Incluso sus conciertos se publicitan de boca a boca o por YouTube. Algunos sí tienen mayor audiencia.
Ustedes encuentran una doble cara de la familia: protectora y violenta. ¿Cómo entender este papel paradójico?
Lo que resulta interesante es que, por un lado, las familias aparecen como un espacio de moralidad regido por los padres. Por otro lado, muchas veces la calle les genera las situaciones de los amigos que van por “mal camino”. La necesidad de agenciarse cierto dinero los pone en el dilema de quebrar los valores o normas que la familia les ha inculcado. Hay algunas canciones que muestran este arrepentimiento, que deriva de quebrar estas enseñanzas. La familia sigue siendo un pilar. Siempre encontramos la imagen de la madre sacrificada, de la familia fracasada al cumplir estas normas. En contraste, también hay un vocabulario religioso de protección. Este elemento religioso es bien interesante. Las familias también son polos de expulsión hacia la calle: familias violentas y que encuentran en estos grupos de padres un espacio de sociabilización que ampara a estos jóvenes. La familia actúa en estas dos direcciones.
Las enseñanzas escolares son consideradas abstractas. Las canciones, escritas en esa época de transición hacia la juventud, lo reflejan.
Es importante decir que estas canciones fueron escritas en esa época, pero los grupos están en otra etapa. A partir de las entrevistas, uno ve que la educación formal está distante de lo que pasa en la calle, pero curiosamente es la escuela donde se encuentra a algunos pares para hacer rap. La escuela sería un espacio importante para promover esto.
Queda claro que la familia y la escuela son instituciones complejas. ¿Qué pasa con la calle? ¿Cómo estos raperos se apropian de ella?
El espacio no es un escenario, sino un territorio que es habitado por esos jóvenes. Las esquinas no son escenarios, son actores, donde se van tejiendo relaciones sociales y es un territorio marcado por estos jóvenes, donde la esquina es propia de la gente. Uno va a “hacer esquina” y ahí se definen formas de compartir, formas de mirar, formas de agenciarse dinero, de hablar. La esquina está marcada para ciertos grupos. Entonces, uno construye sociedad, redes sociales a partir de los espacios que se habitan. No podemos decir que las calles están vacías. Se construye sociedad a partir de habitar ciertos territorios. Incluso una cuadra puede ser habitada o marcada por una pandilla. Una cuadra puede ser propiedad o territorio de una tribu urbana y no de otra. Un barrio puede ser propiedad de un grupo y los enfrentamientos se dan geográficamente y esto se nota, se dice en las canciones: tú puedes entrar a ciertas calles, pero sales apestando y en bolsa negra.
¿Qué descubren ustedes en la relación entre la calle y el rap chalaco?
Lo que planteamos en el libro es que la violencia, la pobreza y el hacinamiento afectan los cuerpos. Los cargan de intensidad, de energía y es algo ininteligible. A través de las letras, ellos gestionan esto ininteligible y le dan sentido. Se expresa como emociones y estas no son individuales, sino compartidas por los grupos de jóvenes oyentes. Le dan sentido a este vivir en la ciudad, en los territorios, en los espacios en que ellos viven. Esta es la importancia del rap y por esto se les pide autenticidad: el quinto elemento. Esta es la idea de cómo funciona el rap en lo que hemos encontrado.
Este rango de autenticidad lo noté también en las discusiones sobre rock subterráneo en el Perú, por ejemplo. ¿Esto es un rasgo global actual o es algo que viene de finales del siglo XX?
Yo creo que el tema de la autenticidad incluso va más allá de la música. En general, en el mundo actual, los jóvenes valoran la autenticidad como un rasgo de vida. Me parece que esto es bien importante para ellos, porque es lo único que sienten estable en un mundo tan inestable. Es una forma de reafirmarse entre tanta falta de discursos de la coherencia.
Pasemos a las recomendaciones de políticas públicas. Hablan de la religiosidad como un aspecto para atenuar esta autodestrucción, pero cuando uno piensa en los jóvenes, no piensa en vocabulario religioso.
Hay un grupo cristiano llamado Radical People. Hemos encontrado influencias, tal vez por las familias católicas o cristianas, como en este grupo. Hay temas sobre el pecado, pero también sobre la redención. Son conceptos interesantes, porque pueden ayudar a que los jóvenes se acerquen a algún tipo de religiosidad que los ayude a procesar, en términos más espirituales, sus dilemas morales. Ha salido mucho el sentimiento del arrepentimiento. Nuestra pregunta es en qué sentido el arrepentimiento se puede procesar en términos de un tipo de religiosidad, como una forma de aliviarlo desde una perspectiva espiritual. Esta es una hipótesis que tenemos.
También comentan que la escuela debería incursionar en el rap, generar vínculos con él.
Esto es muy importante. Hay muchas escuelas, no sé si estatales, pero sí escuelas privadas que trabajan con el arte y sería interesante en qué medida las escuelas que están en zonas de violencia podrían apropiarse de esto e incursionar. Hay ejemplos a nivel latinoamericano de este tipo de escuelas en Colombia, que proveen a los jóvenes de instrumentos de grabación para que ellos hagan rap. Estas son experiencias que se pueden llevar a cabo y que pueden generar menos abandono escolar, como se señala en el libro.
¿La pendejada, de la que hablan en el libro, en términos de transgresión, sería similar a la tragedia ocurrida en Thomas Restobar?
Yo creo que son espacios muy diferentes. No podemos especular que sean los mismos espacios. Los Olivos es un espacio radicalmente diferente al espacio en el que viven estos jóvenes. Yo no me atrevería a decir que son espacios socialmente similares.
¿Cómo entenderíamos esta diferencia?
La pendejada de los chicos del Callao es un acto de contradecir las normas para generar ganancia y la pendejada está hecha más bien porque alguien se los pide. Está ligada a un grupo. Se transgreden las normas no solo por hacerlo, tiene un fin pecuniario. En cambio, la pendejada del caso de Thomas Restobar, es una pendejada de diversión. Estos chiquillos del Callao son sicarios porque quieren plata, los otros lo que quieren es divertirse. Son motivaciones distintas. Incluso el pendejo del Callao es chibolo, no llega ni a la adolescencia. Tienen doce años y luego dejan de ser pendejos, porque si no entran a la cárcel, entonces tienen que ser menores de edad. Los sicarios son bien jóvenes.