El libro Los números de la felicidad en dos Perúes analiza los distintos factores que hacen felices a los jefes de hogar de los cinco distritos más pobres y los cinco distritos más ricos del país. Las diferencias se explican más allá del ingreso monetario.
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De acuerdo con el último Informe Mundial de la Felicidad elaborado por la ONU, el Perú es uno de los países menos felices de América Latina. ¿A qué se debe esta escasa felicidad? Ciertamente, no es una respuesta que podamos visualizar solo en los índices macroeconómicos. Hoy en día, el concepto de felicidad –tal como el de la pobreza–debe ser entendido mediante un enfoque multidimensional, sujeto a distintos factores.
Sabemos que el Perú, como la mayoría de países latinoamericanos, está configurado por distintas realidades sociales. Y las diferencias no son únicamente económicas: existen grandes brechas en cuanto a capital humano, capital físico y presencia del Estado; además de barreras culturales insoslayables. Son estos contrastes los que hacen que hablar de un solo Perú parezca postizo.
Por ello, al explorar los factores que hacen más o menos felices a los peruanos, los investigadores Enrique Vásquez, Franklin Ibáñez, Pedro Mateu y Javier Zúñiga, en el libro Los números de la felicidad en dos Perúes, se propusieron abordar a jefes de hogar provenientes de los dos polos opuestos de la realidad nacional: los cinco distritos más pobres (Curgos, Condormarca, José Sabogal, Chetilla y Huaso) y los cinco distritos más ricos del Perú (San Isidro, Pacocha, Miraflores, San Borja y Wánchaq).
Los jefes de hogar de ambos Perúes contestaron una versión adaptada del Oxford Happiness Questionnaire (OHQ), y los resultados, con sus contrastes y coincidencias, nos permiten entender –en un contexto de crisis económica y grandes pérdidas humanas– que las razones de nuestra felicidad son diversas, y que no dependen únicamente de nuestros bolsillos.
La felicidad como política pública
¿Qué es, entonces, la felicidad? «¿Un estado de ánimo? ¿Un sentimiento? ¿Un equilibrio químico, electromagnético o neurológico?» Ante estas preguntas, los autores proponen, entre otras, una mirada que combina las escuelas eudaimonista (Aristóteles) y hedonista (Epicuro); es decir, evaluar la felicidad de una persona a la luz del cumplimiento de sus metas y de su estado de ánimo, respectivamente.
Al mismo tiempo, los autores plantean que el concepto de felicidad sea el centro de las políticas públicas. Destacan que, en los años setenta, Bhután —donde hoy la felicidad es un objetivo de Estado— estableció un índice denominado Felicidad Nacional Bruta (FNB). De igual manera, actualmente, en los Emiratos Árabes existe un Ministerio de la Felicidad. Y, sin ir muy lejos, en Ecuador hay una Secretaría del Buen Vivir (2013), así como en otros países de la región.
En cambio, en el Perú se ha asociado durante años la bonanza económica con la felicidad. De hecho, es loable que el país haya pasado de una tasa de pobreza monetaria de 42,4 % a una de 20,5 % en solo una década; sin embargo, los autores se preguntan cómo se han traducido estas cifras en términos de verdadero bienestar. En ese sentido, señalan un caso paradójico: antes de la pandemia, los habitantes de regiones como Pasco recibían salarios mensuales de aproximadamente 1.055,7 soles, muy por encima de la línea de pobreza, pero no podían acceder a servicios básicos, oportunidades educativas y atención médica. ¿Eran, acaso, felices?
Primeros resultados
Para trazar políticas de Estado que tengan como fin último la felicidad de las personas, debemos entender que, a pesar de que el Perú tiene “oficialmente” uno de los coeficientes de Gini más bajos de Latinoamérica, siguen existiendo marcadas desigualdades entre las zonas urbanas y las rurales, que representan en gran medida al Perú rico y al Perú pobre. ¿Cómo se vive la felicidad en los extremos sociales del Perú? ¿Qué variables la afectan?
Si bien la principal conclusión de la investigación es que los ricos son más felices que los pobres, esta diferencia se explica más allá del ingreso monetario. En el libro se analizan distintas variables, las cuales están agrupadas en tres grandes bloques.
En primer lugar, se exploran las de carácter demográfico, como género, edad, número de hijos y educación. Se observa, por ejemplo, que en el Perú pobre los hombres son más felices que las mujeres. En cambio, en el Perú rico este contraste no tiene mayor significación estadística. Esto puede deberse, explican los investigadores, a que a las mujeres pobres se les asigna tareas del hogar y el cuidado de los hijos, y cualquier trabajo adicional se suma a esta carga.
Otra variable analizada en el bloque demográfico es el número de hijos, que en promedio disminuye la felicidad de los jefes de hogares pobres a partir del quinto nacimiento, mientras que en el Perú rico lo hace a partir del tercero.
En tanto, el segundo bloque está enfocado en la familia: su tamaño, estructura, comunicación y confianza. Al respecto, es interesante observar que, para los miembros de una familia del Perú pobre, el hecho de ser independientes no tiene ninguna relación con la felicidad, a diferencia del Perú rico. Todo lo contrario sucede con la libertad de expresión: este factor es igual de importante en ambos grupos.
La felicidad de los amigos
Los autores explican que en el Perú pobre y rural las distinciones rígidas y típicamente urbanas entre familia, amigos y vecinos se desdibuja para dar paso al ayni: una relación interpersonal del mundo andino en la que prima la reciprocidad. No obstante, encontraron que los jefes de hogares pobres valoran más la calidad de la amistad que la cantidad de amigos. En contraste, los jefes de hogar ricos tienen más amigos, aunque no hay relación entre su felicidad y la calidad de la amistad.
Finalmente, el tercer bloque se centra en la relación de los dos Perúes con sus comunidades. Esto incluye los partidos políticos, el Gobierno, el trabajo, la iglesia y la organización social de base. Respecto a esta última, hay un hallazgo valioso: en el Perú pobre, 7 de cada 10 jefes de hogar pertenecen a alguna organización social de base, entre las que destacan las rondas campesinas. Según los autores, estas incrementan de manera importante la felicidad del Perú pobre en tanto encarnan una serie de valores de colectividad fundamentales para la cultura andina y siguen cumpliendo importantes funciones, como seguridad, administración de justicia, defensa del territorio, entre otras.
Así, los autores señalan que cada una de estas variables y resultados son «hilos unidimensionales que poco a poco tejen el lienzo multidimensional de la felicidad en toda su complejidad». Como conclusión, destacan a la confianza como un valor fundamental que aumenta la felicidad en ambos Perúes. Ella es, ante todo, un componente afectivo, despegada de cualquier cifra macroeconómica, pero oscurecida por la incredulidad y la inseguridad que campean en el país. Recuperarla es uno de los primeros pasos hacia un Perú más feliz.
Encuentra aquí el libro Los números de la felicidad en dos Perúes.
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1 Comentario
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Interesante artículo. Sin embargo, sugiero modificar el título de felices que no es igual a felicidad. Considero que el OHQ mide el bienestar subjetivo y no mide el bienestar objetivo para conocer la felicidad de un país o ciudades.
Adjunto un link sobre felicidad con el instrumento OHQ aplicado en Lima.
https://search.proquest.com/openview/7c9bda1916f51e57f16903349b31bae2/1?pq-origsite=gscholar&cbl=18750&diss=y